La maternidad a lo largo de la vida

artículo Jun 23, 2022

Sara Fasja. Dra. en Psicoanálisis

Ser mamá es un proyecto de vida. Un trabajo que puede comenzar en el periodo fértil de la vida de una mujer, y que comúnmente solo termina en el momento en que termina la vida misma. Existen distintas etapas en la vida de una madre (en este artículo hablaremos específicamente sobre la madre, sin embargo, cabe aclarar que tenemos muy en cuenta que el padre pasará por una situación muy similar, aunque con ciertas diferencias que bien darían para otro artículo).

Nos encontramos con el periodo anterior al embarazo, en el que las fantasías, los miedos y los deseos impregnan la maternidad futura y tendrán una implicación importante en esta. Después encontramos el periodo de gestación, en el que la mujer comienza a ser testigo de los cambios en su cuerpo, y poco a poco también en su mente. Si todo va bien, la madre comienza a hacer un nido para su bebé en su hogar, a la vez que crea y prepara un espacio mental en el que podrá recibir a su hijo@ con todo el sacrificio y esfuerzo que esto conlleva. Los primeros meses de la vida de un bebé son sumamente demandantes para la madre, la dificultad y el cansancio del parto, la falta de sueño y de tiempo personal, la alimentación constante que requiere un bebé y el vínculo emocional que necesita para su desarrollo, hacen de este periodo uno de los momentos más complejos de la maternidad sin lugar a dudas. Cuando decimos complejo, nos referimos a las emociones que se generan, que pueden ser diversas y con distinta intensidad. Es un momento hermoso, enternecedor y muy bello, pero también hay espacios sumamente angustiantes, donde el miedo y la incertidumbre están a la orden del día. El periodo de gestación e infancia temprana le despertará sobre todo emociones e identificaciones en relación a su propia vida infantil.

Después de unos meses, esta etapa pasa y con este cambio, se mudan también las dificultades. El primer año de vida, el vínculo materno infantil, la separación del bebé, el crecimiento ininterrumpido, van generando en la madre y en el hijo un vínculo específico que moldeará la vida de ambos, aunque sobre todo la del segundo, ya que le sentará las bases para su futura personalidad y desarrollo.

Al entrar al segundo y tercer año de vida comienzan otro tipo de retos para la madre y el hijo. Es la temprana infancia el momento en que el niño comienza a ser un miembro de la familia con sus propias características y personalidad, y la madre tiene el gran trabajo de cuidarlo, enseñarle, tolerar sus emociones y limitarlo.
El niño “Edípico” es un niño con muchos deseos, impulsos y sentimientos a flor de piel, con el que hay que lidiar durante unos años, hasta llegar al periodo de latencia.

La madre se cansa física y emocionalmente cuidando de un niño pequeño. Es a los 6-7 años, que el niño pasa a primaria, y con este cambio se nota comúnmente un cambio en la personalidad del niño. Se les nota menos reactivos, más limitados y hasta tímidos. Es un cambio muy significativo el que se da en este momento tanto en el hijo como en la madre, quién por primera vez desde el nacimiento, vuelve a contar con más espacio para ella. El niño latente va a la escuela la mayor parte del día y tiene actividades y amistades que lo mantienen más ocupado que antes cuando convivía primordialmente con la familia. La madre tiene que soltar al hijo y dejarlo crecer para que este pueda entrar al mundo social. La latencia es una etapa menos conflictiva tanto para los hijos como para las madres, pero este equilibrio dura unos pocos años ya que, al llegar la pubertad, la
madre se encuentra con un niño-joven que está buscando activamente separarse de ella. En este momento vuelven las emociones complejas a la mesa y la familia completa tiene que lidiar con cambios, contradicciones y contiendas que pueden resultar a veces muy dolorosas. La madre en este momento ya no es demandada
físicamente como en la etapa infantil, sin embargo, sí se le pide que esté presente emocionalmente, esté ahí para escuchar a los hijos, orientarlos y calmarlos. La madre se enfrenta a estar más sola de nuevo y es necesario que busque retomar las relaciones y actividades que quedaron relegadas por la falta de tiempo que
genera la crianza de los niños son pequeños. La madre en este momento puede comenzar de nuevo a ir con sus amigas, leer, estudiar o hacer cosas de su interés.

Comienza a ver el tiempo pasar.

El periodo adolescente termina en algún momento entre los 18 y hasta los 28 años, y da comienzo una etapa en la cual padres e hijos pueden volver a relacionarse de manera amistosa y cariñosa. Los hijos se identifican con aspectos de la identidad de los padres, sin embargo, eligen y se orientan a decisiones y formas de vida distintas de lo elegido por los padres. Ahora los que están en la cancha son los hijos, y los padres apoyan desde la banca. Los padres tienen que lidiar con la frustración de que no pueden decidir más sobre la vida de sus hijos y aceptar que los hijos no quieran tomar lo que ellos les ofrecen. La madre también tiene que lidiar ahora con ciertos conflictos relacionados con su propia historia de vida. La adultez temprana de los hijos pone de manifiesto que su propio momento de crianza ha terminado, y es tiempo de estar para los hijos (y para los nietos si es que los hay) pero ahora desde la banca. Los ven desarrollarse, armar sus relaciones de pareja y tener hijos, y pueden aconsejar y apoyar, más no educar y limitar como en algún momento era hasta necesario. El cantautor israelí Arik Einshtein expresa esta conflictiva de los padres en su canción “Uf gozal (Vuela polluelo)”. La canción toca las fibras de ternura, contradicción y temor de un padre cuando su hijo vuela. 

Por un lado, entiende que hay que dejarlo volar... por el otro, siente una necesidad de protegerlo ya que “hay águilas” en el aire y hay un deseo de cuidarlo que no cesa solo porque ha crecido. La etapa de crianza de los propios hijos también puede despertar emociones como la comparación con las formas de crianza de madres e hijas, y también un sentimiento de nostalgia importante por las propias experiencias maternales primarias que han quedado en el pasado, entre otras emociones.

Ahora es tiempo de los abuelos, de disfrutar del amor y la ternura de los nietos, y apoyar a los hijos con la ardua tarea de crianza que la madre ya conoce bien. La maternidad sigue y a la preocupación por los hijos se le suma la preocupación por los nietos y por la familia ampliada. Se viven muchas satisfacciones y se lidia también con los conflictos y baches que la vida va poniendo en el camino. Se lidia con la vejez y la cercanía de la muerte, el duelo, la satisfacción y el dolor por lo pasado. La vida cambia, las circunstancias también lo hacen, pero
lo complejo de la maternidad, las emociones que esta generó y sigue generando, se siguen a lo largo de la vida de una mujer que se enfrentó en su vida con ser madre.

SARA FASJA. DOCTORA EN PSICOANÁLISIS
CONTACTO: 5530321478